Ahí
se encontraba, en lo alto del gran risco, con la nieve cayendo suavemente sobre
su cabello despeinado por el fuerte viento. El ambiente era sereno, la
corriente de aire le venía perfecta para conciliar la concentración. Después
del largo trayecto, y tras comprobar que en la montaña que la sugestión le
indicó no había nada, decidió meditar un momento.
Ya
había buscado en varios lugares, desde los más accesibles hasta los más
inhóspitos, había atendido cada idea que su imaginación le dictaba, lo hacía
con entusiasmo, pero a pesar de los esfuerzos aun no lo encontraba.
En
ocasiones la desesperación trataba de invadirlo, era muy difícil conocer el
verdadero significado de aquellas palabras que podían tener miles de
interpretaciones. Muy frecuentemente, a distintas horas del día resonaban en su
cabeza “Es hora, tú sabes bien dónde y cómo, está en tu destino. Las corazonadas
son la guía que te acompañara siempre”.
El
sueño revelador que había tenido meses antes lo mantenía en esa situación;
Sabia que estaba a tiempo, pero cada día que pasaba, sus posibilidades de éxito
se reducían. Tenía que actuar de inmediato, y por esa razón había emprendido el
largo viaje en su busca.
Sabía
que esa arma era vital para lograr su objetivo, sin ella, el esfuerzo de varios
años habría sido en vano. Y si dejaba pasar el tiempo, aplazando su objetivo,
la situación se tornaría cada vez más difícil, incluso triste y con desencanto.
En
la mañana, en la tarde, durante la ducha, en los largos trayectos del tren, a
la hora de dormir, prácticamente todo el día debía estar pensando cómo llegar a
ella. En ocasiones diseñaba un plan maestro que parecía maravilloso, pero que
al otro día, o al cuestionarlo de manera más severa, se convertía en solo una
idea más de tantas descartadas.
Un
día, y después de largo tiempo de haber escalado diversas montañas, caminado
distintos bosques, nadado por amplios y fríos ríos, concluyó que debía cambiar
de estrategia pues la actual no estaba funcionando, de hecho lo estaba agotando
y dejando sin energía.
Fue así
como ese mismo día hizo los preparativos necesarios para tener una profunda y
larga conversación con Yehuiah.
Yehuiah
era uno de los seres más sabios del universo, y el indicado para ayudar a
Leónidas Lizardo en su ardua tarea; el inconveniente es que se necesitaba de
una gran concentración para poder comunicarse con él, pues Yehuiah no habitaba
en la Tierra, sino que se situaba en
la esfera de Gueburah y solo había
dos formas de llegar ahí. La primera era
muriendo, y eso no estaba en los planes de Lizardo en ese momento. Así que, la
única opción viable, y la única esperanza para encontrar tan poderosa arma era
mediante la meditación.
Entonces ese día Lizardo lo dedicó a buscar un
lugar apropiado, cómodo y ajeno a distracciones, un lugar donde pudiera
respirar tranquila y profundamente. Escogió el bosque de Dean, pues iba allá
desde que era pequeño y cuando quería relajarse, pensar o escribir; sabía que
en ese lugar la naturaleza conspiraba para proporcionar la máxima tranquilidad
al visitante, uniendo armónicamente el sonido del viento a través de las hojas,
el canto de los pájaros y el correr del arroyo, que juntos creaban una sinfonía
hipnótica.
Se sentó en el cómodo pasto, cerró los ojos
y comenzó a respirar profunda y
lentamente, tratando de bloquear todos aquellos pensamientos que nublaban su
mente. Era una tarea complicada pues cientos de imágenes pasaban fugaces una
tras otra, y no pocas lograban quedarse por más tiempo desviando la atención de
Leónidas.
Poco a poco fue alcanzado un nivel distinto de
conciencia, ya no sentía sus pies, ni sus brazos, parecía como si toda su
existencia se encontrara en su mente. En ese momento Leónidas habitaba en su propia
mente, no en el bosque, no en el pasto.
-Yehuiah,
necesito de tu ayuda -exclamo Leónidas, -necesito
conversar contigo, ¡ayúdame! Yehuiah, ayúdame, déjame verte… -varios
minutos después Lizardo se sintió dormido; en su sueño aun escuchaba el correr
del arroyo, los oídos comenzaron a zumbarle, sintió una ligera atracción hacia
arriba y se dejó llevar.
De pronto vio los destellos de una extraña y
cálida luz, era una sensación sinestesica pues podía sentirla, como si pudiera
tocarla. La luz envolvió todo el entorno, incluido a Leónidas, y en ese momento
pudo apreciar la silueta de Yehuiah.
A pesar de estar frente a frente, Leónidas
escuchaba la voz de Yehuiah como distante y con una especie de eco, pero a
pesar de eso era muy clara y entendible. Lizardo no necesitaba hablar, sabía
que Yeuhiah escuchaba sus pensamientos, así que comenzó a comunicarse de esa
manera con él.
-Es hora, tú sabes dónde y cómo, está en
tu destino. Has estado buscando fuera, todo es más sencillo, está en ti, debes
actuar.
-¿Podre
hacerlo solo?, -preguntó Lizardo,
-La tarea es esencialmente tuya, pero ahora
tienes una enorme e invaluable ventaja. Es el momento…
-De
pronto, los oídos de Lizardo volvieron a experimentar esa extraña sensación de
estarse sumergiendo en una alberca. La figura de Yeuhiah se perdió lentamente
en la luz, entre suaves giros, hasta que lentamente desapareció por completo,
dejando tras de si un ambiente de tranquilidad y calidez. En ese momento Lizardo
sintió que volvía a el, de manera suave,
la lucidez.
Sintió
lo frio del pasto, escucho nuevamente el canto de los pájaros, el viento rozó
su piel. Abrió los ojos, se sentía muy relajado, como si acabara de despertar
de un largo sueño; de hecho no sabía si acababa de experimentar un sueño o algo
diferente.
Se quedó
inmóvil, meditando sobre lo acontecido. Tras unos segundos de reflexión, una
ligera sonrisa se dibujo en su rostro. Acababa de comprenderlo.
Todo
este tiempo, Lizardo se había enfocado en buscar la poderosa arma que lo
ayudaría a lograr el objetivo final. Esta sin duda existía, pero Lizardo nunca
antes había imaginado que se encontraba dentro de él.
Siguió
inmóvil, analizándolo todo una y otra vez; comprendió que no necesitaba
encontrar esa arma de manera física, sino que el arma era el potencial de sus
pensamientos, de sus conocimientos, de su convicción y de sus emociones. Se
sintió feliz y poderoso.
Pero
aun no entendía por qué, en estos momentos tenía una invaluable ventaja que en
el futuro se eclipsaría…
Lizardo
había tenido suficiente, estaba feliz con los resultados de su visita al bosque
de Dean, se levanto alegre y se dirigió a su hogar.
En
el trayecto hacia su casa vio a lo lejos un grupo de jóvenes que reían juntos,
todos usaban el mismo sombrero rojo que los identificaba como pertenecientes de
algún grupo. Se les notaba muy felices.
Entonces
Lizardo se detuvo un momento, sonrío ampliamente, y los recordó. Había
encontrada la respuesta, se sentía emocionado, seguro. Ya no habría nada que lo
detuviera, además de sus ideas, Lizardo solo necesitaba de sus amigos, de su
familia.
Siguió
su camino entre las coloridas casas, de frente a la reciente puesta de sol; los
rayos filtrados a través de las nubes le daban un brillo especial a su figura
que poco a poco se alejaba mas y mas. Segundos después, desapareció del camino,
dejando tras de sí un halo de complacencia.
Derechos de publicación de Leonidas Lizardo © JLK